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Foto: eltenedor.es |
Si eliminamos su condición de ciudad fría –es apodada con
sorna Siberia-Gasteitz-, es complicado encontrar en España una ciudad más
completa que Vitoria, considerada una de las urbes con una mayor calidad de
vida en nuestro país. Es fácil comprenderlo nada más poner un pie en ella y dar
un simple paseo.
Sus virtudes son muchas, más allá de la simpatía y cercanía
habitual de sus ciudadanos: cómoda, relativamente pequeña, con un buen nivel de
vida, bonitos espacios naturales a sus alrededores, limpia, plagada de áreas verdes,
con una importante vida cultural, festiva y de ocio, agradable y animada pero
sin dejar de ser tranquila, con un casco histórico muy interesante y una larga
historia a sus espaldas. Pero, siendo todo
eso cierto, es muy difícil que no llame la atención al visitante el que es
quizás el principal poder de la capital vasca: su exquisita gastronomía.
Por eso, en toda visita a Vitoria se hace imprescindible una
ruta de pintxos. Aunque sobre gustos no hay nada escrito los expertos
consideran que en los últimos años la calidad de estos ha llegado a ser incluso
superior a la que presentan los de otras urbes como San Sebastián, Bilbao o
Pamplona. Y en mi modesta opinión considero (capital navarra aparte, pues no he
probado los pinxtos de allí) que es cierto.
A la extraordinaria calidad y variedad de las materias
primas –y de los vinos que pueden servir para acompañarlos- se une una gran
imaginación a la hora de prepararlos en las cocinas de las decenas de establecimientos
de calidad que hay en torno al casco viejo vitoriano (especialmente en torno a
la Plaza de la Virgen Blanca y alrededores). Todos los visitantes quedarán
satisfechos, desde el clásico que apuesta por una buena tortilla de patata o
una rebanada de jamón ibérico con pimiento –entre los que yo me hallo- hasta el
innovador que gusta de catar experimentos gastronómicos más arriesgados pero
que logran funcionar, mezclando en un mismo pintxo sabores en teoría
antagónicos y diversos pero que acaban combinando a la perfección.
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