viernes, 19 de abril de 2013

Yucatán: Caribe y cultura milenaria

Si, es cierto que se ha convertido en un espacio un tanto artificial por culpa del turismo de masas, al que contribuí yo también al alojarme en el mejor hotel en el que he estado en mi vida, un megacomplejo de siete restaurantes, dos piscinas, selva propia y playa privada en pleno Mar Caribe. Pero también es verdad que se comprende la razón de tanto poder de convocatoria. La península mexicana del Yucatán, apodada con el cursi apelativo de ‘La Riviera Maya’, presume de unas playas espectaculares, de arena fina y blanca y agua azul turquesa, y del inmenso, impresionante y extensísimo legado arqueológico que ha dejado una de las mayores civilizaciones que ha conocido la Humanidad: los mayas.

Son las dos principales armas de esta increíble zona del Sureste mexicano, pero no las únicas: la exquisita comida, la densa selva que lo invade todo, los increíbles cenotes (lagos de agua subterránea), las ciudades coloniales (Valladolid, Mérida), la extensa oferta de ocio tanto de relax como de aventura, el sol que nunca descansa, las aldeas que te reencuentran con el verdadero México, la hospitalidad y simpatía de la gente -en algunos casos forzada para sacar algún que otro peso-, la extensísima, colorida y peculiar (para un europeo, claro) fauna tanto terrestre como marina, el lujo al alcance a un precio razonable… son motivos de sobra para comprender el gran poder de atracción de este lugar. 

¿Cuál es la pega, entonces? Pues la que suele haber en los espacios tan frecuentados: la pérdida de identidad cultural, la masificación, la concentración de turistas que sólo piensan en bebida y playa, la sensación de ‘parque de atracciones’, el excesivo peso del dinero, el deterioro de inmensas áreas naturales para construir megahoteles… Todo eso provoca que el visitante medianamente inquieto necesite salir del Disneyworld en el que se ha convertido el Yucatán y acercarse al México real. Pero todo tiene una solución: si alquila un coche, como fue mi caso, tendrá en su mano conocer mucho más de cerca la esencia de este maravilloso país de habla hispana, personalidad única y riquísima cultura.

Vamos a dejar de lado los supercomplejos hoteleros para acercarnos a lo realmente valioso de la Península del Yucatán. Empezando por la cultura azteca, que ha dejado allí joyas en forma de las colosales ciudades de Chichén Itzá, Cobá o Tulum, que no se pueden dejar de visitar. La bonita y fantásticamente conservada Ek Balam es otro extraordinario lugar, así como la grandiosa Uxmal.

Chichén Itzá es uno de los espacios históricos más conocidos del mundo, un área gigantesca en medio de la selva plagada de templos increíblemente conservados que nació en el siglo VI d.C. en honor al dios Kukulcán, quien preside el sitio. La palabra “impresionante” se queda corta para definir qué se siente al pasear inmerso en el vivo rastro de una civilización tan rica, tan poderosa, tan importante en la historia de la humanidad. Por desgracia el “momento zen” se suele interrumpir cada dos por tres por culpa de algún grupo de turistas haciendo el tonto o a causa de las llamadas de una multitud de vendedores más pesados que una vaca en brazos. Es el precio que hay que pagar por encontrarse en uno de los sitios más populares del mundo… De cualquier manera, imprescindible la visita a Chichén Itzá, de la que destacan el Templo de Kukulcán, el de las Mil Columnas y el estremecedor Cenote Sagrado, gigantesco agujero en la tierra que vio en el pasado miles de sacrificios a los dioses. 

Cobá no es tan popular ni mucho menos como Chichén Itzá, pero presume de ser más auténtico. Escondido en medio de una frondosísima selva que abarca hasta donde alcanza la vista, es otro enorme vestigio arqueológico plagado de templos. No está prácticamente reconstruido, el entorno natural en el que se encuentra se ha mantenido intacto y la afluencia de público es relativamente escasa, lo que le otorga una mayor sensación de realidad. Subir a su pirámide principal y contemplar desde lo alto las ruinas de esa increíble civilización escondidas en el frondoso bosque fue quizás lo más emocionante de lo mucho emocionante que viví en México.

La trilogía de visitas arqueológicas se cierra con Tulum, que sin llegar al valor arqueológico y la extensión de las dos ciudades anteriores presume en cambio de encontrarse en un lugar privilegiado: a orillas del famoso Mar Caribe, que baña las ruinas generando un cuadro impresionante que aúna belleza natural y arqueológica como en ningún sitio que recuerde. Otra experiencia increíble fue bañarse en el agua azul verdosa de una playa de arena blanca y fina con un templo maya a la vista asomándose al mar. Y eso sólo se puede conseguir en Tulum. Por cierto, el lugar está plagado de iguanas, curiosos y tranquilos animales (a los ojos de un europeo) que se mueven calmadamente entre las ruinas o toman el sol como si nada fuera con ellos. A más de uno le generan aprensión; a mí me resultaron muy simpáticos.

El intenso calor se hace sentir a todas horas, incluso aunque sea invierno. Por eso, la mejor manera de refrescarse (en lugar de esperar a que caiga sobre ti una impresionante tormenta tropical) es bañándose en las lagunas de uno de los miles de cenotes que han convertido esta Península en un queso de gruyere. Empezaremos por definir lo que es cenote, una depresión geográfica -en maya significa “caverna con agua”-, y acabaremos por señalar que la mayoría de ellos están enclavados en entornos mágicos con características comunes: agua cristalina y fresca, exuberante vegetación, rotundas rocas verticales alrededor y una iluminación especial. Bañarse en uno de ellos, o en varios, genera una increíble sensación -por la temperatura y la belleza del entorno- y refresca al viajero para volver a enfrentarse con ganas al calor de México. El más conocido es el de Ix-Kil, cerca de Chichén-Itzá, pero hay muchísimos para elegir en el Yucatán.

Una manera de acercarse al México real, algo que en ocasiones se echa en falta en esta región, es visitando una ciudad con historia, como puede ser el caso de Mérida o de Valladolid. En estas alegres y vivas urbes se puede de verdad conocer el modo de vida mexicano, acercarse a sus costumbres o contemplar su arquitectura colorida tanto en las calles como en las iglesias. Paseándolas se reencuentra uno con la esencia del país que tan escondida está en la Riviera Maya. 

Cancún, por supuesto, no tiene nada que ver. Es un municipio moderno, turístico, hiperpoblado (sobre todo, de extranjeros y mexicanos con dinero) y sin encanto histórico aunque con muchos atractivos para los hedonistas: playas gigantescas, casinos, discotecas, yates… hablando de barcos, desde allí parten cruceros hasta la cercana y agradable Isla Mujeres, que supone una buena excursión de menos de una hora.     

No podemos dejar de lado la obligación de hacer buceo en México. Acostumbrado a ver ‘cuatro sardinas’ en el Mediterráneo o el Atlántico, quien observa el mundo submarino por primera vez en el Caribe se encuentra ante otro planeta: un maravilloso “collage” de peces de mil colores y tipos pueblan los cristalinos fondos, que a su vez lucen todavía más gracias al atrayente verde fosforito de la barrera de coral. El espectador se sumerge, nunca mejor dicho, en un mundo onírico que jamás ha imaginado por mucho documental que haya podido ver antes y del que no quiere salir. Otro de los millares de momentos mágicos que ofrece una visita al Yucatán.

También se puede hacer buceo en los conocidos Xcaret o Sel-ha, especie de megaparques de atracciones acuáticos que cuentan con la peculiaridad de que dan al mar y que ofrecen múltiples posibilidades de ocio (incluida la típica, nadar con delfines), salir de marcha en ciudades modernas y turísticas como Playa del Carmen, recorrer en un jeep Sian-Kan, vasta y semidesierta reserva de la naturaleza plagada de manglares y playas, atravesar la poblada selva o acercarse a las pequeñas aldeas que te reencuentran con el pasado, con los orígenes de los que a veces reniega, por culpa del poder del dinero, esta zona de México. O disfrutar de la comida, que recuerda en parte a la mediterránea: sana, sabrosa, con predominancia del pan, la carne, la verdura y la fruta… aunque con el gusto por el picante tradicional en este país. Así es esta maravillosa región que tiene prácticamente de todo y que despierta los sentidos del visitante a cada segundo.