viernes, 8 de marzo de 2013

Budapest: un placer para los cinco sentidos

Contemplar el grandioso Parlamento, asomarse al Danubio desde el Bastión de los Pescadores o recorrer con la vista la descomunal y legendaria Plaza de los Héroes (o la belleza de alguna chica húngara, perdón por el apunte infantil); recompensar primero el olfato y después el gusto saboreando un exquisito plato tradicional como el gulash; premiar al tacto con un baño de aguas termales y/o un masaje en uno de los numerosos y tradicionales balnearios de la ciudad; o escuchar todo tipo de música, desde la clásica con la que los artistas callejeros regalan el oído del paseante o la moderna, en todas sus manifestaciones (rock, pop, chill-out, rap, dance, hip-hop, electrónica, reggae, trip-hop) , que se puede escuchar en los variados y siempre animados locales de la capital húngara… . Eso nos ofrece Budapest: regalos constantes para nuestros cinco sentidos.
 
Siendo realmente bonita, esta gran urbe no sobresale tanto por su belleza como por la variedad de placeres que ofrece al visitante, quien recompensará todos sus sentidos a nada que decida aprovechar bien su tiempo allí. Podríamos definir Budapest como una ciudad completa, pues sea cual sea el interés del viaje (cultural, arquitectónico, gastronómico o de ocio) resultará difícil quedar decepcionado. Más aún si buscas disfrutar de todas las posibilidades que ofrece la localidad a la vez.
 
La ciudad nació fruto de la unión de dos municipios, Buda y Pest, situados a ambos lados del Danubio, que decidieron anexarse para compartir así sus poderes: la pequeña, montañosa y señorial Buda y la amplia y llana Pest. Pese a sus evidentes diferencias, o quizás gracias a ellas, conforman un conjunto  urbano muy interesante que embellece el gigantesco y popular río que las une.
 
Empezaremos hablando de Buda, que preside sin discusión su majestuoso castillo. Creado en el siglo XV, ha resurgido de sus cenizas una y otra vez sobreviviendo de esa manera a las numerosas batallas que le ha tocado sufrir, la última de las cuales (en la Segunda Guerra Mundial, cuando los nazis se refugiaron allí) le dejó prácticamente en ruinas. Hoy es uno de los principales símbolos de la ciudad gracias a su historia, su magnitud y su fabulosa ubicación.

Recorriendo un poco más Buda llegamos a otro lugar espectacular, el Bastión de los Pescadores, original fortaleza defensiva más moderna de lo que se cree (1902), que cuenta con siete fabulosas torres que representan a las siete tribus fundadoras de Hungría y que también sirve como un fantástico mirador del Danubio y de Pest. Pegada al bastión se encuentra la maravillosa iglesia neogótica de Matías, que resalta gracias a su elegante estructura y gran colorido tanto por dentro como por fuera.
Perderse en las elegantes callejuelas de Buda no será nunca una pérdida de tiempo, aunque se antoje necesaria otra importante visita en esta parte de la ciudad: la subida a la Ciudadela, fortaleza rodeada de un frondoso bosque y coronada por un ángel que, una vez más, regala unas vistas impresionantes. 

Bajamos de la colina, bien a pie o bien utilizando el popular funicular, y llegamos al margen del grandioso río, el Danubio, el segundo más largo de Europa (casi 3.000 kilómetros) y sin duda el más popular del Viejo Continente. Esta inmensa masa de agua cristalina que adorna y embellece la ciudad posee a la altura de la capital húngara una brutal anchura de aproximadamente medio kilómetro, convirtiéndole en protagonista de casi cualquier instantánea que se tome a la urbe. Por supuesto que tanto de día como de noche (gran opción también pues Budapest está fantásticamente iluminada) existe la posibilidad de coger un barco que lo recorra; las vistas son fantásticas, el único problema reside en hacia cuál de las dos orillas mirar.
 
No desmerece al Danubio el magno Puente de las Cadenas (1.853), el más conocido de los pasos que lo atraviesan. Dos leones de piedra lo vigilan a cada lado, y cerca de ellos parten las pesadas cadenas que lo sostienen. Parándote a contemplarlo te sientes insignificante, es sobrecogedora su magnitud (de largo, ancho y alto) pero más aún lo es el aire de grandeza que desprende esta imponente mole, símbolo del fuerte carácter de una ciudad orgullosa, magna y con un rico pasado. Hungría presume de él, y lo puede hacer gracias a los colosales monumentos que luce. 
 
Y como muestra, otro botón. Entrando en Pest y siguiendo la orilla del río no nos será complicado encontrar el Parlamento, descomunal edificio neogótico (de hecho es el más grande del país) construido entre finales del XIX y principios del XX y que nos recordará inevitablemente al de Londres –en el que está inspirado- aunque en otro color: si el británico se caracteriza por su color ocre aquí las paredes son de un blanco radiante y los tejados, entre los que destaca la inmensa cúpula, rojos. Si ya sorprende el elegante exterior también lo hará el interior, con nada más y nada menos que 691 salas plagadas de tesoros y obras de arte. 
 
  La grandeza de Budapest se manifiesta de nuevo adentrándonos en el interior de Buda atravesando una de sus amplias avenidas, la Andrassy -plagada de ricos e imponentes edificios-y situándonos en el centro de la Plaza de los Héroes. Se trata de un mastodóntico espacio urbano circundado por imponentes estatuas de los reyes, gobernantes y héroes del país desde la Edad Media, que dan fe del pasado de esta pequeña nación. Gobierna la plaza el Memorial del Milenio, que acoge las estatuas de los líderes de las siete tribus magiares que fundaron el país en el siglo IX y de otras personalidades de la historia húngara. A la nostálgica Hungría le gusta recordar.
 
Pegado a la plaza está el parque del Retiro húngaro, el Városliget, que sin ser tan bonito como el madrileño resulta un lugar amplio y agradable y posee además dos lugares de gran interés: el original Castillo Vajdahunyad, cuya arquitectura mágica copia la de otros edificios existentes en Hungría, y los populares baños Széchenyi, los más conocidos de la ciudad. Pero el capítulo de los baños húngaros lo dejamos para otro párrafo.
 
Inevitable es al referirse a Budapest no hablar del fuerte sello comunista que ha dejado la ocupación rusa hasta casi ayer, palpable en toda la ciudad en forma de grandes monumentos y anodinos edificios, especialmente en el distrito de Obuda. Pero, al contrario de lo que sucede en otros países como la República Checa o Polonia, en Hungría la gente tiene un carácter mucho menos reservado. Los húngaros son simpáticos y abiertos, rompiendo en parte el tópico referido a la frialdad humana en los países del Este. Además, comunicarse con ellos en inglés resulta sencillo y una opción más asequible que usar el imposible (para nosotros) magiar.
 
En la gran Budapest hay muchos más puntos de interés, entre las que destacaremos la agradable Isla Margarita, situada en el centro del Danubio, edificios monumentales como la Ópera o la Basílica de San Esteban, históricos como la Sinagoga u originales como la Basílica Rupestre, excavada en la roca del Monte Gellért.   

Imágenes: Fotopedia
Pero como esta ciudad no sólo sirve para hacer turismo sino también para vivirla, hablaremos ahora de la Budapest disfrutable. Algo que no se puede separar de sus populares baños públicos, que suponen el pasatiempo favorito tanto de los locales como de los turistas. Gozan de gran tradición no sólo en la capital sino en toda Hungría, sus precios no son elevados y se han convertido en una opción fantástica de relax y socialización. Aguas termales y gélidas, corrientes de distinta fuerza, espacios de diferentes temperaturas, masajes, saunas, piscinas interiores y al aire libre… conforman el mundo de los balnearios y suponen un relajante pasatiempo que no se puede disociar del Hungarian way of life.  Los Széchenyi, más populares y económicos, suponen una muy buena opción (doy fe), así como los más refinados, suntuosos y caros Gellért.
 
Pero en Budapest se puede disfrutar de mucho más: de su afición por la música, como sucede en casi todo el centro y el este de Europa; de su intensa vida nocturna; de su exquisita, abundante y contundente comida, entre la que destaca el sabrosísimo gulash (estofado de ternera , que suele ir acompañado de arroz y ensalada); de una vuelta en sus tradicionales tranvías; de las vistas aéreas y los frondosos bosques que pueblan las colinas de alrededor… y de sus precios económicos, que ayudan a disfrutar la ciudad a tope sin mirar demasiado el bolsillo. ¿Qué más incentivos se pueden tener para visitar la ciudad de los cinco sentidos?

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