viernes, 8 de febrero de 2013

Lot: armonía medieval en un lugar de cuento

Si pudiéramos pedir a la carta un lugar en el mundo a muchos nos vendría a la cabeza una tranquila comarca plagada de pueblos medievales magníficamente conservados enclavados en paisajes increíbles, que gozase de un clima agradable y presumiera de una fantástica gastronomía.

Ni estamos hablando de ficción ni nos referimos a la Hobbiton de El Señor de los Anillos, sino a un espacio real que además no queda demasiado lejos. Se trata de la increíble región de Lot, ubicada en el suroeste de Francia, una maravillosa provincia que combina como ninguna tierra las bondades antes descritas -arquitectura, naturaleza, clima y comida- y que conquista el corazón del viajero desde el primer segundo hasta el último.
En los cinco días que pasé allí, recorriendo todo lo que pude y más de la zona , llegué a la conclusión de que no se puede poner ni una sola pega a ese mundo de cuento, que es imposible encontrarle un sólo defecto: si acaso, que es demasiado perfecto. En cualquier momento esperas molestarte por culpa de alguna grúa que afee la panorámica de un pueblo, pasar por delante de una casa mal conservada, ver alguna basura que estropee el cuadro de un paisaje, escuchar un ruido que rompa un momento zen o probar un plato que no te acabe de convencer. Pero nada: la belleza y armonía de Lot no tienen ni una fisura.

Para tratar de pintar el cuadro empezaremos por el paisaje, una ordenada y agradable amalgama de prados verdes, campos de labor (viñedos, trigales…), pequeños bosques de árboles bajos y suaves lomas rota de vez en cuando por la presencia de impresionantes y escarpados cañones de roca caliza que imprimen un sello característico a la zona. A sus pies a menudo discurren amplios ríos de agua cristalina, que adornan todavía más la obra de arte que significa Lot.
La provincia es además una especie de queso de gruyere, pues consta de numerosísimas cuevas que componen un grandioso mundo subterráneo complementario al que está por encima. La más espectacular, sin duda alguna, es la Sima de Padirac, sin discusión la cueva natural más impresionante en la que he estado en mi vida. Es bonita como pocas, con formaciones rocosas de una imaginación que sólo puede ser fruto de la naturaleza, está fantásticamente iluminada e incluso goza de un pequeño río que se atraviesa en barca durante el recorrido, pero su mayor poder es su magnitud: 103 metros de altura y 32 de diámetro, que acaban de golpe con la sensación opresora que a veces se siente en una gruta. Durante la visita se explora más de un kilómetro de los ¡40! que tiene la descomunal red de túneles. La pega, la que suele darse en otros lugares famosos: la masificación turística, lo que no permite disfrutar la cueva tal y como se merece. De cualquier manera, imprescindible su visita si algún día viajáis a Lot.

Me he perdido en la sima de Padirac y toca ahora centrarse en otra de las grandes bazas de la zona, sus maravillosos pueblos. La mayoría de ellos son sencillos y carecen de grandes construcciones arquitectónicas pero se encuentran increíblemente conservados y cuidados. Con homogéneas casas de piedra de tejado rojo, a menudo rodeados por pequeñas murallas y encuadrados en lugares privilegiados, generan la atmósfera de fantasía medieval que se respira en Lot. La visita a cualquiera de ellos será un acierto, pero vamos a resaltar tres: Rocamadour, Saint-Cirq Lapopie y Loubressac.
El más conocido –merecidamente- de ellos es Rocamadour. Destaca por su espectacular emplazamiento, colgado de una grandiosa pared vertical de roca en la que se funde y por la que trepa hasta el castillo que lo domina. No es la única joya arquitectónica de la población, que cuenta además con un fantástico santuario del que resalta la iglesia de Notre Dame, hogar de la conocida Virgen Negra. Las fabulosas vistas desde lo alto del cañón de 120 metros de altura, el sabor medieval de su pequeña calle principal (plagada de tiendas de artesanía, adornada con numerosos carteles de hierro y circundada por arcos de piedra) y la presencia de una bonita cueva con pinturas rupestres completan la oferta de un municipio que no parece haber perdido su esencia pese a la llegada del turismo. Más bien lo ha sabido integrar de una manera sabia.

También maravilloso, aunque por otras razones, es Saint-Cirq Lapopie, pueblo de nombre muy cursi que sin embargo resulta tan bonito que se acaba disculpando su refinado apelativo. No tan popular fuera de su nación, en el país galo se le ha nombrado como ‘pueblo más bonito de Francia’, lo que es mucho decir. Quizás no conste de ningún monumento de especial interés a excepción de una gran iglesia y las ruinas de un castillo, pero la belleza de su uniforme casco histórico -en el que sus casas rivalizan en magnitud y grandeza- y, sobre todo, de su ubicación (en un alto plagado de verde que domina a la vez el cañón, la campiña y el río que corre a sus pies) lo convierten en un lugar mágico.
Otra villa increíble pese a no gozar de la fama de Rocamadour o de Saint-Cirq Lapopie es Loubressac, que para mí supuso la típica sorpresa positiva que casi siempre acaba deparando un viaje: un pueblo de juguete, magníficamente cuidado, amurallado y situado en una apacible loma arbolada desde la que se contempla una grandiosa llanura. Sus múltiples torres de cuento, sus minúsculas calles empedradas y sus casas, a menudo acompañadas de pequeños jardines y adornadas con hojas, hacen de este pequeño municipio otra poderosa razón más para visitar Lot.

Se podría hablar con detalle de muchísimos más pueblos de la zona –Carennac, Autoire-, del peculiar Museo de lo Imposible que encontramos en plena carretera o del sumo interés que encierra la visita a municipios más grandes como Cahors, capital de la zona y lugar de emplazamiento del famoso puente Valentré (patrimonio de la Humanidad), o Figeac, con un gran legado artístico-cultural y poseedor de una réplica de la piedra Roseta, pero el reportaje acabaría pecando de denso.
El buen clima de la zona, suave y soleado, suele hacer todavía más agradable la visita, que puede resultar inmejorable gracias a la prestigiosa gastronomía francesa: variada, exquisita y de sabores que a menudo combinan aunque parezca contradictorio suavidad e intensidad. Los precios, sin ser bajos, no resultan ni mucho menos exagerados, por lo que sería un pecado mortal no comer aunque fuera una vez en un buen restaurante de la región. El vino de Cahors, el azafrán, la nuez, la ciruela, el cordero, el queso y el imprescindible foie gras son las especialidades de la zona.

Paisaje, gastronomía y pueblos resultan los tres grandes poderes de esta preciosa provincia gala, un cercano lugar en el mundo perfecto para viajes en pareja, con amigos o incluso en soledad siempre que se tome la visita de una forma relajada. A quien quiera discotecas y bullicio no se le ha perdido nada allí; quienes busquen la desconexión y la paz en un entorno increíble encontrarán todo lo que necesitan en la tranquila y armoniosa Lot.



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