
Son las dos principales armas de esta increíble zona del Sureste mexicano, pero no las únicas: la exquisita comida, la densa selva que lo invade todo, los increíbles cenotes (lagos de agua subterránea), las ciudades coloniales (Valladolid, Mérida), la extensa oferta de ocio tanto de relax como de aventura, el sol que nunca descansa, las aldeas que te reencuentran con el verdadero México, la hospitalidad y simpatía de la gente -en algunos casos forzada para sacar algún que otro peso-, la extensísima, colorida y peculiar (para un europeo, claro) fauna tanto terrestre como marina, el lujo al alcance a un precio razonable… son motivos de sobra para comprender el gran poder de atracción de este lugar.
¿Cuál es la pega, entonces? Pues la que suele haber en los espacios tan frecuentados: la pérdida de identidad cultural, la masificación, la concentración de turistas que sólo piensan en bebida y playa, la sensación de ‘parque de atracciones’, el excesivo peso del dinero, el deterioro de inmensas áreas naturales para construir megahoteles… Todo eso provoca que el visitante medianamente inquieto necesite salir del Disneyworld en el que se ha convertido el Yucatán y acercarse al México real. Pero todo tiene una solución: si alquila un coche, como fue mi caso, tendrá en su mano conocer mucho más de cerca la esencia de este maravilloso país de habla hispana, personalidad única y riquísima cultura.

Chichén Itzá es uno de los espacios históricos más conocidos del mundo, un área gigantesca en medio de la selva plagada de templos increíblemente conservados que nació en el siglo VI d.C. en honor al dios Kukulcán, quien preside el sitio. La palabra “impresionante” se queda corta para definir qué se siente al pasear inmerso en el vivo rastro de una civilización tan rica, tan poderosa, tan importante en la historia de la humanidad. Por desgracia el “momento zen” se suele interrumpir cada dos por tres por culpa de algún grupo de turistas haciendo el tonto o a causa de las llamadas de una multitud de vendedores más pesados que una vaca en brazos. Es el precio que hay que pagar por encontrarse en uno de los sitios más populares del mundo… De cualquier manera, imprescindible la visita a Chichén Itzá, de la que destacan el Templo de Kukulcán, el de las Mil Columnas y el estremecedor Cenote Sagrado, gigantesco agujero en la tierra que vio en el pasado miles de sacrificios a los dioses.
Cobá no es tan popular ni mucho menos como Chichén Itzá, pero presume de ser más auténtico. Escondido en medio de una frondosísima selva que abarca hasta donde alcanza la vista, es otro enorme vestigio arqueológico plagado de templos. No está prácticamente reconstruido, el entorno natural en el que se encuentra se ha mantenido intacto y la afluencia de público es relativamente escasa, lo que le otorga una mayor sensación de realidad. Subir a su pirámide principal y contemplar desde lo alto las ruinas de esa increíble civilización escondidas en el frondoso bosque fue quizás lo más emocionante de lo mucho emocionante que viví en México.

El intenso calor se hace sentir a todas horas, incluso aunque sea invierno. Por eso, la mejor manera de refrescarse (en lugar de esperar a que caiga sobre ti una impresionante tormenta tropical) es bañándose en las lagunas de uno de los miles de cenotes que han convertido esta Península en un queso de gruyere. Empezaremos por definir lo que es cenote, una depresión geográfica -en maya significa “caverna con agua”-, y acabaremos por señalar que la mayoría de ellos están enclavados en entornos mágicos con características comunes: agua cristalina y fresca, exuberante vegetación, rotundas rocas verticales alrededor y una iluminación especial. Bañarse en uno de ellos, o en varios, genera una increíble sensación -por la temperatura y la belleza del entorno- y refresca al viajero para volver a enfrentarse con ganas al calor de México. El más conocido es el de Ix-Kil, cerca de Chichén-Itzá, pero hay muchísimos para elegir en el Yucatán.
Una manera de acercarse al México real, algo que en ocasiones se echa en falta en esta región, es visitando una ciudad con historia, como puede ser el caso de Mérida o de Valladolid. En estas alegres y vivas urbes se puede de verdad conocer el modo de vida mexicano, acercarse a sus costumbres o contemplar su arquitectura colorida tanto en las calles como en las iglesias. Paseándolas se reencuentra uno con la esencia del país que tan escondida está en la Riviera Maya.

No podemos dejar de lado la obligación de hacer buceo en México. Acostumbrado a ver ‘cuatro sardinas’ en el Mediterráneo o el Atlántico, quien observa el mundo submarino por primera vez en el Caribe se encuentra ante otro planeta: un maravilloso “collage” de peces de mil colores y tipos pueblan los cristalinos fondos, que a su vez lucen todavía más gracias al atrayente verde fosforito de la barrera de coral. El espectador se sumerge, nunca mejor dicho, en un mundo onírico que jamás ha imaginado por mucho documental que haya podido ver antes y del que no quiere salir. Otro de los millares de momentos mágicos que ofrece una visita al Yucatán.
También se puede hacer buceo en los conocidos Xcaret o Sel-ha, especie de megaparques de atracciones acuáticos que cuentan con la peculiaridad de que dan al mar y que ofrecen múltiples posibilidades de ocio (incluida la típica, nadar con delfines), salir de marcha en ciudades modernas y turísticas como Playa del Carmen, recorrer en un jeep Sian-Kan, vasta y semidesierta reserva de la naturaleza plagada de manglares y playas, atravesar la poblada selva o acercarse a las pequeñas aldeas que te reencuentran con el pasado, con los orígenes de los que a veces reniega, por culpa del poder del dinero, esta zona de México. O disfrutar de la comida, que recuerda en parte a la mediterránea: sana, sabrosa, con predominancia del pan, la carne, la verdura y la fruta… aunque con el gusto por el picante tradicional en este país. Así es esta maravillosa región que tiene prácticamente de todo y que despierta los sentidos del visitante a cada segundo.