Ni estamos hablando de ficción ni nos referimos a la Hobbiton de El Señor de los Anillos,
sino a un espacio real que además no queda demasiado lejos. Se trata de la
increíble región de Lot, ubicada en el suroeste de Francia, una maravillosa
provincia que combina como ninguna tierra las bondades antes descritas
-arquitectura, naturaleza, clima y comida- y que conquista el corazón del
viajero desde el primer segundo hasta el último.
En los cinco días que pasé allí, recorriendo todo lo que
pude y más de la zona , llegué a la conclusión de que no se puede poner ni una
sola pega a ese mundo de cuento, que es imposible encontrarle un sólo defecto:
si acaso, que es demasiado perfecto. En cualquier momento esperas molestarte
por culpa de alguna grúa que afee la panorámica de un pueblo, pasar por delante
de una casa mal conservada, ver alguna basura que estropee el cuadro de un
paisaje, escuchar un ruido que rompa un momento zen o probar un plato que no te
acabe de convencer. Pero nada: la belleza y armonía de Lot no tienen ni una
fisura.
Para tratar de pintar el cuadro empezaremos por el paisaje,
una ordenada y agradable amalgama de prados verdes, campos de labor (viñedos,
trigales…), pequeños bosques de árboles bajos y suaves lomas rota de vez en
cuando por la presencia de impresionantes y escarpados cañones de roca caliza
que imprimen un sello característico a la zona. A sus pies a menudo discurren amplios
ríos de agua cristalina, que adornan todavía más la obra de arte que significa Lot.
La provincia es además una especie de queso de gruyere, pues
consta de numerosísimas cuevas que componen un grandioso mundo subterráneo
complementario al que está por encima. La más espectacular, sin duda alguna, es
la Sima de Padirac, sin discusión la cueva natural más impresionante en la que
he estado en mi vida. Es bonita como pocas, con formaciones rocosas de una
imaginación que sólo puede ser fruto de la naturaleza, está fantásticamente
iluminada e incluso goza de un pequeño río que se atraviesa en barca durante el
recorrido, pero su mayor poder es su magnitud: 103 metros de altura y 32 de
diámetro, que acaban de golpe con la sensación opresora que a veces se siente
en una gruta. Durante la visita se explora más de un kilómetro de los ¡40! que
tiene la descomunal red de túneles. La pega, la que suele darse en otros
lugares famosos: la masificación turística, lo que no permite disfrutar la
cueva tal y como se merece. De cualquier manera, imprescindible su visita si
algún día viajáis a Lot.
Me he perdido en la sima de Padirac y toca ahora centrarse
en otra de las grandes bazas de la zona, sus maravillosos pueblos. La mayoría
de ellos son sencillos y carecen de grandes construcciones arquitectónicas pero
se encuentran increíblemente conservados y cuidados. Con homogéneas casas de
piedra de tejado rojo, a menudo rodeados por pequeñas murallas y encuadrados en
lugares privilegiados, generan la atmósfera de fantasía medieval que se respira
en Lot. La visita a cualquiera de ellos será un acierto, pero vamos a resaltar
tres: Rocamadour, Saint-Cirq Lapopie y Loubressac.
El más conocido –merecidamente- de ellos es Rocamadour. Destaca
por su espectacular emplazamiento, colgado de una grandiosa pared vertical
de roca en la que se funde y por la que trepa hasta el castillo que lo domina.
No es la única joya arquitectónica de la población, que cuenta además con un
fantástico santuario del que resalta la iglesia de Notre Dame, hogar de la
conocida Virgen Negra. Las fabulosas vistas desde lo alto del cañón de 120
metros de altura, el sabor medieval de su pequeña calle principal (plagada de
tiendas de artesanía, adornada con numerosos carteles de hierro y circundada
por arcos de piedra) y la presencia de una bonita cueva con pinturas rupestres completan
la oferta de un municipio que no parece haber perdido su esencia pese a la
llegada del turismo. Más bien lo ha sabido integrar de una manera sabia.
También maravilloso, aunque por otras razones, es Saint-Cirq
Lapopie, pueblo de nombre muy cursi que sin embargo resulta tan bonito que se
acaba disculpando su refinado apelativo. No tan popular fuera de su nación, en
el país galo se le ha nombrado como ‘pueblo más bonito de Francia’, lo que es
mucho decir. Quizás no conste de ningún monumento de especial interés a
excepción de una gran iglesia y las ruinas de un castillo, pero la belleza de
su uniforme casco histórico -en el que sus casas rivalizan en magnitud y grandeza-
y, sobre todo, de su ubicación (en un alto plagado de verde que domina a la vez
el cañón, la campiña y el río que corre a sus pies) lo convierten en un lugar
mágico.
Otra villa increíble pese a no gozar de la fama de
Rocamadour o de Saint-Cirq Lapopie es Loubressac, que para mí supuso la típica
sorpresa positiva que casi siempre acaba deparando un viaje: un pueblo de
juguete, magníficamente cuidado, amurallado y situado en una apacible loma
arbolada desde la que se contempla una grandiosa llanura. Sus múltiples torres
de cuento, sus minúsculas calles empedradas y sus casas, a menudo acompañadas
de pequeños jardines y adornadas con hojas, hacen de este pequeño municipio otra
poderosa razón más para visitar Lot.
Se podría hablar con detalle de muchísimos más pueblos de la
zona –Carennac, Autoire-, del peculiar Museo de lo Imposible que encontramos en
plena carretera o del sumo interés que encierra la visita a municipios más
grandes como Cahors, capital de la zona y lugar de emplazamiento del famoso
puente Valentré (patrimonio de la Humanidad), o Figeac, con un gran legado artístico-cultural y poseedor
de una réplica de la piedra Roseta, pero el reportaje acabaría pecando de
denso.
El buen clima de la zona, suave y soleado, suele hacer
todavía más agradable la visita, que puede resultar inmejorable gracias a la
prestigiosa gastronomía francesa: variada, exquisita y de sabores que a menudo
combinan aunque parezca contradictorio suavidad e intensidad. Los precios, sin
ser bajos, no resultan ni mucho menos exagerados, por lo que sería un pecado
mortal no comer aunque fuera una vez en un buen restaurante de la región. El
vino de Cahors, el azafrán, la nuez, la ciruela, el cordero, el queso y el
imprescindible foie gras son las especialidades de la zona.
Paisaje, gastronomía y pueblos resultan los tres grandes poderes de esta preciosa provincia gala, un cercano lugar en el mundo perfecto para viajes en pareja, con amigos o incluso en soledad siempre que se tome la visita de una forma relajada. A quien quiera discotecas y bullicio no se le ha perdido nada allí; quienes busquen la desconexión y la paz en un entorno increíble encontrarán todo lo que necesitan en la tranquila y armoniosa Lot.
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