Esa
máxima referida a las personas puede aplicarse perfectamente al mundo del
turismo. Hay territorios, lugares y ciudades increíbles que bien por pertenecer
a un país o región con menos nombre o fama, bien por culpa de una mala (o
inexistente) campaña publicitaria, bien lastrados por un prejuicio o una
leyenda urbana sostenidas en el tiempo o incluso por ninguna razón en
particular se mantienen indiferentes al interés del viajero medio, que ni
siquiera contempla qué atractivos puede tener ese sitio y que no llega ni a
imaginar la posibilidad de desplazarse allí.
Uno de
esos lugares por los que quiero romper una lanza es la pequeña ciudad de
Teruel, que harta de ser tan injustamente ignorada histórica, geográfica y
turísticamente tuvo la habilidad de idear un eslogan tan contundente como
certero: Teruel existe. La urbe aragonesa sigue sin haber conseguido un
importante poder de atracción en nuestro país -y no digamos en el extranjero- ,
pero al menos la frase ha conseguido su objetivo de llegar a mucha gente y
despertar en ellos la curiosidad.
Eso sucedió en mi caso. ¡Algo debe tener Teruel!, pensé. Y me informé mejor sobre
qué tenía que ofrecer la capital turolense, consiguiendo las ganas suficientes
para animarme a pasar en un fin de semana allí. Y la verdad es que esa decisión
resultó un acierto y la ciudad me acabó demostrando que no sólo existe, sino
que además es bonita.
Bonita
y pese a sus reducidas dimensiones muy rica artísticamente. El aislamiento
geográfico, la timidez, la modestia y la pequeñez de Teruel esconden la
realidad de que la urbe es con todo merecimiento la bandera del arte mudéjar en
España. La ciudad es un auténtico museo de esta expresión artística con la que
se combinó de una manera tan peculiar la arquitectura musulmana con la
cristiana. El mudéjar -Patrimonio de la Humanidad en la ciudad y en la región
aragonesa- regala a este apartado lugar un sello propio, una originalidad y una
personalidad que no se ven fácilmente en otras poblaciones de nuestro
país.
Mudéjar
aparte, Teruel ofrece un importante patrimonio modernista, un casco histórico
tranquilo para pasear, la popular leyenda de los amantes, buen jamón y queso
(bien conservados gracias al rigor del clima), veranos frescos y pueblos
cercanos de interés como Albarracín, que merece un capítulo aparte. Y además
resulta perfecta para una escapada corta ya que se ‘patea’ con facilidad en un
par de días o incluso en uno. Son razones suficientes para una visita, ¿no
creéis?
Hablaremos
sobre todo de las principales muestras de mudéjar que se pueden disfrutar en
Teruel, empezando por la originalísima catedral, que no os recordará a ninguna
que hayáis visto: su base es mudéjar pero desde su origen en 1171 hasta las
modificaciones recientes (de principios del siglo pasado) ha absorbido otros
estilos como el plateresco, el gótico, el renacentista, el neoclásico y el
modernista en una mezcla magistral. Si por fuera merece la pena por dentro
todavía más, destacando la rica techumbre de su nave central.
Si
resulta indispensable visitar la catedral qué vamos a decir del conjunto
formado por la Iglesia de San Pedro y el anexo Mausoleo de los Amantes. La
primera, gótica, llama la atención por su fascinante interior, de estilo
modernista neomudéjar (recuerda a la
fantástica Saint Chapelle parisina gracias al color del techo, que remeda un
cielo estrellado, y a sus fantásticas vidrieras, y cuenta con un soberbio altar
mayor) y por su antigua torre del siglo XIII; la segunda merced a la popular
leyenda encerrada en ese gran monumento funerario de sólido alabastro que llega
a estremecer a causa del sentimiento que desprende: los amantes parecen unidos
de la mano pero no lo están como símbolo del amor que nunca llegó a culminar.
¿Vamos
con la leyenda, no? Eso sí, de manera resumida. Corre el siglo XIII cuando Juan
Martínez de Marcilla e Isabel de Segura se conocen y se enamoran, ya desde
niños, en la capital turolense. Pasa el tiempo y el hombre pretende casarse con
la mujer, pero la familia de ella no le acepta al carecer éste de bienes. Juan
parte a la guerra con el fin de enriquecerse y hacerse merecedor a su amada,
logrando que se le conceda un año para regresar a Teruel y así poder casarse
con Isabel… pero el año transcurre y el pretendiente no vuelve, así que su
amada se casa con otro. Muy poco después Juan vuelve y pide un beso a Isabel,
que se lo niega al ya estar desposada, y el joven muere de dolor. En el funeral
que se celebra un día más tarde la mujer, arrepentida, acude al féretro y posa
sus labios sobre los del muerto, falleciendo en ese mismo instante junto a él. Así,
de esta manera trágica, acaba esta romántica y triste leyenda antigua con
protagonistas reales -Juan e Isabel existieron- que ha situado en el mapa a una
ciudad que sin embargo va mucho más allá de esta popular historia.
“Enamorarse
es un deporte de riesgo en Teruel”, recuerdo que nos dijo el guía con el que
visitamos la población. Y es que la de los amantes no es la única leyenda de
amor y desgracia surgida en tiempos antiguos en la fría ciudad aragonesa. Contaremos
una más, la de las torres de San Martín y del Salvador. Los encargados de ambos
proyectos, los arquitectos mudéjares Omar y Abdalá, se enamoraron de la misma
mujer, Zoraida, y pasaron de amigos a rivales. Ambos pidieron la mano de la
chica al padre, y éste sentenció que se la concedería al que antes acabase su
respectivo proyecto. El más rápido fue Omar, que convocó a toda la población
turolense en el día del estreno de la torre creyendo que tenía asegurado su
matrimonio con Zaida. Sin embargo, al destapar el trabajo y retirar el
andamiaje constató que la torre, pese a ser muy bella, estaba claramente
torcida. Tal fue su desazón que subió a lo alto de la misma y se arrojó al
vacío. El amor de Zaida acabó siendo para el que tuvo menos prisa, Abdalá. Ambas
torres, fabulosas, lucen hoy en día en Teruel junto con la de la Catedral, la
de San Pedro y la de la Merced y rivalizan por llamar la atención del
visitante. Realmente las cinco merecen la pena y honran merced a su imaginación
decorativa no exenta de armonía el no siempre valorado arte mudéjar.
Las
torres dan un sello distintivo a la pequeña Teruel, que también llama la
atención del visitante por la magna y fabulosa escalera que da acceso al casco
histórico. De más reciente construcción (1920-21) y de estilo -no podía ser de
otra manera- neomudéjar, supone una grandiosa puerta de entrada al centro de la
ciudad si bien no es la única, ya que existen numerosos accesos en la bien
conservada muralla medieval que rodea el núcleo turolense.
El
principal lugar de reunión y celebración de la villa, el punto de más vida de
esta tranquilísima ciudad, es la plaza del torico -así se llama popularmente a la
Plaza Mayor-, un agradable espacio
público porticado que, como no podía ser de otra manera en Teruel, está
acompañado de una leyenda. Cuenta la misma que a finales del siglo XII los caballeros
cristianos, tras haber doblegado a los moros, buscaban un lugar donde asentarse
en la zona, y decidieron construir una ciudad allí donde se abatiese un animal.
Un toro apareció un día (en el lugar en el que se halla hoy la plaza) bajo la
luz de la estrella Actuel, y los caballeros decidieron darle muerte para
posteriormente quedarse allí. De ese modo nació Teruel, cuyo nombre procede de
la mezcla de Tor (toro) y uel (la estrella).Leyendas aparte -prometo que es la última que cuento- la plaza también encierra interés artístico debido a su peculiar forma triangular, a la minúscula estatua del toro que la preside y al levantamiento de algunos interesantes edificios modernistas en derredor. Y como no todo va a ser leyenda y arte, os recomiendo que tomemos un descanso y nos quedemos de tapeo en la Plaza Mayor (lo de mayor es un decir) de Teruel, mejor en primavera o verano para no congelarse. El jamón y el queso son algunas de las especialidades de una zona que cuenta también con numerosos poderes gastronómicos, como sucede prácticamente en toda España.
La
capital del sur de Aragón es una ciudad bonita, tranquila y agradable, rica en
historia y arte, capital mundial del mudéjar, profusa en leyendas, fresca en
verano, atractiva gastronómicamente. Considero que es una pena que no haya
alcanzado la fama que se merece, pero en este reportaje he hecho lo que he
podido por ella y sus numerosas virtudes. Os recomiendo una escapada a Teruel: doy
fe de que existe… ¡y de que además es bonita!
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