A Toledo se llega en un suspiro. Pero a ese corto viaje
espacial se le suma uno en el tiempo, como si por arte de magia hubiéramos
retrocedido varios siglos y nos encontrásemos en plena Edad Media. Nada más contemplar
esta pequeña, homogénea y laberíntica ciudad amurallada de color marrón
resguardada y adornada a la vez por el cauce del río Tajo hasta el más sobrio es
capaz de echar a volar su imaginación y entrar de lleno en un mundo antiguo de guerras
de poder y luchas a espada, nobles y plebeyos, mercaderes y artesanos, bufones
y reyes, caballeros y princesas. Plagada
de historia –nació como un pequeño asentamiento en la Edad de Bronce y creció
de la mano de los romanos, los visigodos, los musulmanes y los cristianos-, de
cultura, de arte y de leyenda, es difícil encontrar una ciudad que ofrezca
tanto condensado en tan poco espacio. Ese es uno de los poderes de Toledo, la
capital medieval de un país tan rico culturalmente como el nuestro.
Podríamos decir que la ciudad no tiene casco histórico, es
toda ella un casco histórico, y de ahí su inclusión como Patrimonio de la
Humanidad de la Unesco. Su riqueza en un espacio reducido la convierte en un
lugar perfecto para pasar un día o dos pateando sus callejuelas, sus plazas, sus
sinagogas, sus puentes, su catedral, su alcázar, sus múltiples y sobrias
iglesias y las increíblemente bien conservadas murallas que la circundan. No
debe caber duda de que cada día en sus calles será un día aprovechado y de que
cada nueva visita no será en balde, pues la tranquila aunque viva Toledo
encierra muchos motivos por los que regresar y -por mucho que se haya visitado-
muchas cosas nuevas que ver.
La primera impresión es la que suele quedar, y entres por
donde entres es difícil que no sea inmejorable. No en vano estamos ante una de
las ciudades más bonitas de España, y eso ya es mucho decir. Puedes optar por verla con distancia, como si
contemplaras una postal, desde el Parador de Turismo, disfrutando de su armonía
medieval y de la belleza de su enclave; rodearla por abajo, siguiendo el
sinuoso cauce del Tajo; entrar a ella a pie desde los preciosos, monumentales y
magníficamente conservados puentes de Alcántara o de San Martín; o atravesar la
puerta principal, la imponente Puerta de Bisagra. Las vistas son impresionantes en casi
cualquier sitio, no solo desde fuera de la localidad sino en muchos puntos de
ella. Su altura y ubicación suponen una gran baza a favor en ese sentido.
El principal punto de encuentro de la ciudad, toda vez que
es uno de los pocos espacios amplios de los que consta en su núcleo y debido a
su cercanía a muchos puntos de interés de la urbe, es la plaza de Zocodover,
bonito espacio que ya desde la Edad Media era el centro de Toledo pues acogía
multitud de eventos festivos, mercantiles… y fúnebres (ejecuciones). Muy cerca
de allí se encuentra el imponente Alcázar, monumental y sobrio edificio de
planta cuadrada que acoge la Biblioteca de Castilla-La Mancha y el Museo del
Ejército y antesala además de unas bonitas vistas (como cualquier punto elevado
de Toledo, todo sea dicho).
Dejamos la plaza y seguimos nuestro camino a pie
internándonos en las callejuelas del centro. Solo algún que otro turismo
atraviesa con cuidado las estrechísimas calles para recordarnos que seguimos en
el siglo XXI y que el viaje temporal es únicamente imaginario. Cuando uno se
echa a un lado para dejarle pasar
-contemplando de paso el escaparate de una de las millones de tiendas de
armas existentes, repleto de relucientes armaduras, espadas, escudos,
dagas y ballestas-, se piensa que debería estar prohibido el paso
de vehículos por la zona centro de la capital castellano-manchega a excepción
de los caballos y los carros de bueyes. ¡Que estamos en la Edad Media!
Llegamos a otra de las joyas de la corona, que ya es mucho
decir, de este museo medieval al aire libre que es Toledo: la catedral. Encajada
en las callejuelas adyacentes, relativamente pequeña y con menos nombre que
otras españolas como la de Salamanca, la de Santiago o la de Palma, Santa María
es sin embargo una auténtica maravilla de estilo gótico que resalta por su imponente
fachada principal, su única torre, su fantástico claustro y sus espectaculares
vidrieras, que en los días de sol inundan de colores su intenso blanco
interior. A dos pasos de la catedral
también se encuentra el museo de uno de los grandes pintores de todos los
tiempos, Doménikos Theotokópoulos ‘El Greco’, que pese a haber nacido en Creta
vivió en Toledo y produjo la mayor parte de su obra en la Ciudad Imperial.
No se puede hablar de esta localidad sin recordar la
importantísima impronta de los judíos en ella, la más grande que se ha dejado
en una ciudad de España. La judería ocupa un amplio espacio del centro
histórico y en ella brillan especialmente sus dos fantásticas sinagogas, la del
Tránsito -que acoge el Museo Sefardí- y la de Santa María la Blanca. La visita
de ambas se ha convertido en un fantástico modo para acercarse a la cultura
judía, que convivió en Toledo con la musulmana y la cristiana durante largas
épocas en uno de los ejemplos de tolerancia que nos ha dejado la historia.
Antes de completar la vuelta por la Ciudad Imperial no
podemos dejar de lado la visita al Monasterio de San Juan de los Reyes,
espectacular edificio gótico construido durante el reinado de los Reyes
Católicos. Tanto su fachada como su interior resultan sorprendentes, al igual
que las amplias vistas desde la terraza que se encuentra a su vera.
Tras este pequeño pero intenso paseo lleno de
cuestas y de puntos de interés se impone un poco de descanso. La sencilla,
rotunda y sabrosa gastronomía toledana, en la que destacan carnes como el
cochinillo o el cordero, los platos de caza y los dulces –especialmente el
popular mazapán- o la vida nocturna (que resulta animada para una ciudad
pequeña) nos lo pueden dar, ofreciéndonos además otras opciones de ocio que
complementen la visita turística. Pero sin desmerecer ambos poderes considero
que Toledo se disfruta realmente al aire libre: contemplándola desde un
mirador, perdiéndote en su laberinto de callejuelas o sentado con un bocadillo
ante la fachada de su catedral. Ahí se encierra la esencia de la pequeña y
maravillosa capital medieval de España.
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