Si las capitales europeas fueran mujeres podríamos decir que
París sería elegante, Roma espectacular, Praga bonita, Berlín moderna y Madrid
divertida. Pero quizás la chica de más atractiva del grupo, la más interesante
y la de mayor personalidad sería la pequeña Amsterdam, capital de Holanda y
seguramente la urbe más original del Viejo Continente.
Por encima de su innegable belleza, de su amplia y rica
historia y de su interés cultural
Amsterdam destaca por su especial personalidad, por un carácter único
que le hace diferente al resto de las ciudades y que provoca que el foráneo se
sienta como en casa desde el primer segundo en el que pisa la Estación Central.
Tan variado y heterogéneo resulta el ‘paisaje urbano’ que el viajero se siente
por un lado diferente al resto y por otro totalmente integrado en ese amplio crisol
de personas de diferentes razas, sexos, pintas, estilos, edades, lenguas y
clases sociales que conviven en armonía. Vayas como vayas, seas como seas,
vengas de donde vengas allí no vas a llamar la atención. A eso ayuda también el agradable carácter de
los holandeses, simpáticos y extrovertidos por una parte y educados,
respetuosos e independientes por la otra.
Hay otras muchas características que hacen de Amsterdam una
ciudad llamativa y diferente, algunas que sin discusión son positivas –su
profundo respeto por el medio ambiente, su tolerancia, su carácter práctico- y
otras que dan lugar a debate como el permiso para consumir y vender drogas blandas
en los populares Coffee Shops o la exposición de las prostitutas en escaparates
en el también conocido Barrio Rojo. Sin
entrar en juicios morales lo cierto es que ambos factores le han dado una mayor
fama internacional (buena y mala) a una ciudad que sin embargo tiene mucho que
ofrecer más allá de sexo, drogas y rock n roll.
Otro rasgo inconfundible de Holanda en general y de su
capital en particular es la pasión exacerbada que sienten los ‘elfos’ –los
holandeses son rubios, altos y tirillas- por las bicicletas, un medio de
transporte sano y práctico que convive con el tranvía y con algún coche
despistado, perfecto para una ciudad llana, plagada de calles estrechas y
relativamente pequeña como Amsterdam. Hay millones de bicis en la urbe, ya que
mayores y niños la utilizan frecuentemente para desplazarse. La bicicleta
resulta una muy buena opción si queremos recorrer el municipio, aunque se
recomienda comprar un buen candado o rezar para que no te la ‘manguen’, que
puede suceder. Si no, a pie se llega fácilmente a todos los lados. E incluso en
barco…
Lo del barco me recuerda que llevamos cuatro párrafos y no
habíamos hablado aún de otro de los distintivos de Amsterdam. Se trata de los
canales, que atraviesan a modo de tela de araña la zona céntrica de la localidad,
embelleciéndola y dándole una mayor personalidad todavía. Coger una barca y dar
una vuelta por la ciudad, pasando por debajo de los pequeños y coquetos (odio
ese adjetivo, pero es el que le va al pelo) puentes de ladrillo plagados de
bicicletas, es otra experiencia ineludible. Tampoco debe estar mal hacerlo en
el Día de la Reina, uno de los mayores ‘fiestones’ de Europa, que tiene lugar
el 30 de abril y en el que la ciudad se abarrota de gente con ganas de diversión.
Además de las bicis, los puentes y los canales el cuadro del
paisaje urbano característico de Amsterdam no podría completarse sin otros elementos genuinos
que le añaden encanto: las características casas con tejado escalonado de
colores oscuros (rojo, marrón, negro), muchas de las cuales proceden de los
siglos XVII y XVIII; las clásicas iglesias estilizadas con brillantes relojes
dorados que sobresalen entre ellas; las originales casas-barco, en una de las
cuales curiosamente solo viven gatos; los bonitos y agradables parques, entre
los que destaca sin duda el Wondelpark; los habituales mercados callejeros,
como el que se instala en la plaza del Dam; las luces de neón que adornan por
la noche sus múltiples cafés y restaurantes… Atractivos, desde luego, no
faltan.
Tampoco son escasos en el aspecto cultural, con tres
principales banderas. Una es el descomunal Rijksmuseum, el Museo Nacional de
Amsterdam, amplísimo y espectacular edificio que acoge una descomunal y
agotadora exposición artística cuya joya de la corona es la pintura: Hals,
Rubens, Vermeer… y por encima de todo Rembrandt, cuya obra maestra y uno de los
cuadros más famosos del mundo, ‘La Ronda de Noche’, está allí expuesto.
A su lado, más pequeño y ligero de visitar y también de un
valor incalculable, se encuentra el Museo Van Gogh, sede de una fantástica
colección de 200 cuadros y 550 bocetos y dibujos dedicada al legado del conocidísimo
genio postimpresionista. Sobra decir que sus creaciones más populares, como ‘Los
girasoles’, ‘Autorretrato con sombrero de paja’ o ‘El dormitorio’, descansan allí. Por si esto fuera poco los
visitantes pueden contemplar además obras de otros mitos de la pintura como
Gauguin, Monet, Picasso o Toulouse-Lautrec.
En mi opinión la última visita cultural ineludible de la ciudad
es la casa de Ana Frank. Allí habitó la niña que creó el famoso diario en el
que relataba su vida y la de su familia durante la II Guerra Mundial y en el que reflejaba las muchas penurias que
pasaron allí durante varios años para esconderse de los nazis. Emotivas
memorias de un alto valor humano e incluso periodístico que con el paso de los
años se convirtieron en un éxito universal. La obra es sencilla, sincera, cruda
y conmovedora, y una gran manera de
acercarnos a ella es pasarnos por el número 267 de la calle Prinsengracht de la
capital holandesa. Indispensable.
Es cierto que Amsterdam no es una urbe que destaque por sus
edificios históricos, pero no se pueden obviar algunos como la mastodóntica y
sin embargo elegante Estación Central o como el Ayuntamiento. Los amantes de las flores tendrán además en
la ciudad un paraíso, lleno de mercados y de puestos callejeros, así como los
de los diamantes -millares de comercios y el Museo del Diamante-, los del balompié
-Holanda es un país de gran peso y afición futbolera y en su capital se
encuentra el mítico Amsterdam Arena- o los de la cerveza -los Países Bajos
cuentan con una importante tradición en lo que respecta a esta universal bebida,
como demuestra el Museo Heineken-.
Después de tanto halago a esta increíble ciudad como no todo
en Amsterdam va a ser ‘Los mundos de Yupi’ habrá que hablar un poco de lo malo,
¿no? Citaremos tres aspectos negativos que nos deja la ciudad: el primero, por
decirlo de un modo fino, la realidad de que la cocina holandesa no se encuentra
precisamente entre las más famosas y prestigiosas del mundo (a excepción de los
variados y ricos quesos); el segundo el
idioma, imposible; y el tercero, que el revuelto clima no suele ser un compañero
agradable de viaje. Pero las tres cosas tienen solución: la primera, atreverse
con las especialidades neerlandesas, tirar de bocata o acudir a restaurantes de
comida internacional; la segunda, hablar en inglés, idioma en el que los holandeses se
desenvuelven como pez en el agua; y la tercera, rezar para que haga buen tiempo
(también salen días buenos allí, doy fe) o llevar un buen abrigo y paraguas y
tirar de un dicho español: a mal tiempo, buena cara.
Para los fiesteros, para los románticos, para los hedonistas,
para los tranquilos, para los aficionados a los burdeles y a las drogas, para
los amantes de la historia o de la pintura, para los gays, para los urbanitas, para
los consumistas, para los inquietos, para los que buscan sorprenderse, para los
ecologistas... En definitiva a la peculiar Amsterdam, una ciudad apta para
todos los públicos, le sobran los
motivos para una visita. Solo se pide un requisito: ser mínimamente tolerante.
Vivo en la ciudad y he de decir que mejor contado imposible. Amsterdam es una de las ciudades con más carácter del mundo, para bien o para mal.
ResponderEliminarSaludos! Menudo nivel a la hora de contar las cosas!
Repasando mi antiguo blog, muchos años después, he encontrado tu comentario y me he llevado una alegría. ¡Muchas gracias por tu valoración!
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