Parece mentira que una cultura totalmente distinta a
la europea –aunque los mediterráneos no lleguemos a diferir tanto de los
norteafricanos en muchos sentidos- se encuentre a tan solo dos pasos de
distancia, a un brevísimo viaje en avión, a 14 kilómetros en barco, a una proeza
de David Meca. África, desde España encabezada geográficamente por Marruecos,
nos espera a un tiro de piedra y a no muchos euros de esfuerzo, y no deberíamos
rehuir la llamada.
La sorprendente, caótica y peculiar Marrakech es sin
duda un fantástico exponente de esa otra realidad, cercana y lejana a la vez, y
supone un símbolo tan fuerte del país norteafricano que incluso le ha dado el
nombre. A nadie le puede dejar indiferente esta ciudad de color ocre enclavada
en una seca y gigantesca llanura por muchísimos motivos, especialmente por el
aspecto cultural. Esa es sin duda la mayor baza de una urbe que cuenta además
con otros muchísimos poderes: la llamativa sencillez y homogeneidad de sus
exteriores en contraste con la riqueza de sus patios y sus riads, sus
maravillosos palacios, sus mezquitas, el colorido de sus mercados, su constante
estado de caos controlado, la variedad y calidad de su comida, los múltiples y
fuertes olores –no todos buenos- que desprende, la cercanía de la playa
–Essaouira-, de bonitos valles y por encima de todo del desierto del
Sahara…
Y es que las diferencias culturales, el peculiar
–siempre desde nuestro punto de vista- modo de ser y comportamiento de los
marroquíes y su manera de interrelacionarse con los extranjeros se pueden
convertir en uno de los principales alicientes del viaje o en la mayor de las
pesadillas. Todo depende de como se lo tome uno, de como lo lleve. Puedes pasar
tu estancia en Marrakech constantemente cabreado, estresado e indignado… u
optar por reírte y disfrutar de las múltiples anécdotas que sin lugar a duda va
a dejar ese micromundo en tu recuerdo. Por suerte yo, que suelo ver el vaso
medio lleno, opté en la mayoría de las ocasiones por la segunda opción, aunque
no siempre mis anfitriones me lo pusieron fácil.
Me explico: para empezar, el individualismo europeo,
el “yo voy a mi bola”, no existe para la cultura de Marruecos en general y para
su principal joya turística en particular, pues los marroquíes conciben el
trato humano de una manera mucho más cercana, con los beneficios (calidez) y
perjuicios (agobio) que ello puede causar. No creas que –especialmente en la
zona céntrica de la ciudad, la que rodea la medina- te va a ser fácil pasar más
de un minuto viendo un monumento o sentado en un banco tranquilamente: alguien
te abordará y te hablará para ofrecerte cualquier cosa. La paz solo existe
cuando descansas, ajeno al ruido de fuera, en algún patio de un riad –casa
tradicional marroquí- o cuando llegas a la habitación del hotel y cierras con
llave.
La sensación que te queda, por desgracia, es la de
que muchos de ellos te ven como una máquina de dinero que suelta dirhams cada
vez que respira. Obviamente el nivel económico de muchos de nosotros es
superior… pero a la mayoría no se nos cae el dinero. Por eso debemos estar
alerta ante la gran multitud de argucias que han pergeñado algunos con el fin
de que aflojes el bolsillo, para no caer en la trampa. También debemos estar
preparados para que el gesto amable con que se nos recibe pueda cambiar en uno
de desprecio, para que no se cumpla una expectativa que nos han generado o un
acuerdo al que hemos llegado y para estar tranquilos en el caos en el que nos
vemos inmersos a menudo. Dicho esto lo cierto es que te lo puedes pasar de
maravilla e incluso partirte de risa constantemente durante tu viaje si
conservas la amabilidad, la calma y la prudencia para dejarte engañar lo menos
posible y disfrutar de la experiencia. Los marroquíes son excesivos, caóticos y
ruidosos, para bien y para mal, una versión exagerada de nuestro carácter
mediterráneo, y hay que estar preparado para vivir ese contraste.
Vamos ahora con el aspecto cultural de una urbe
también con muchísimos atractivos en ese sentido. La mayor parte de los lugares
de interés se concentra en la medina, en la antigua ciudad medieval, un
laberinto de callejuelas que desembocan en ruidosas plazas llenas de vida. Para
empezar las fantásticas murallas medievales que la circundan, del mismo color
rojo que baña toda la ciudad e increíblemente bien conservadas.
Dentro de ellas no se puede dejar de lado obviamente
el principal punto de encuentro de Marrakech, la bulliciosa y gigantesca plaza
de Djema-El-Fna, animada a todas horas y repleta de puestos de comida barata,
músicos, artistas, curiosos y todo tipo de vendedores. No es especialmente
bonita, sí especialmente peculiar y además encierra el alma de la ciudad
marroquí.
Otra de las indiscutibles referencias es el zoco, un
laberinto dentro del laberinto en el que resulta fácil perderse en el
maremágnum de personas, animales, bicis, motos, carros y productos variados por
los que regatear: alfombras, objetos de decoración, sedas, especias… En el zoco
de Marrakech –dividido en algunas zonas en gremios- hay prácticamente de todo,
aunque es cierto que parte de lo ofertado es demasiado ‘turístico’ en
detrimento de la calidad, que también la hay y mucha. Se trata de saber elegir
y regatear de la mejor manera posible, intentando no ser demasiado ‘primo’ en
la pugna con los hábiles vendedores locales. No pueden dejar de verse, si se
consigue uno orientar correctamente, las curtidurías, otro espectáculo de color
y olor no apto para todas las sensibilidades.
Arquitectónicamente el elemento más popular de la
ciudad es la famosa mezquita de la Koutubia, muy cerca de la plaza de Djema
el-Fna, que por desgracia no se puede ver por dentro pues está reservada para
la oración de los musulmanes. La corona además un bonito minarete cuadrangular
que, curiosamente, sirvió de inspiración para nuestra Giralda sevillana y que
es uno de los símbolos de la población.
No tan conocida pero sin embargo más impresionante
es la mezquita y madrassa (escuela coránica) Alí Ibn Yusuf, una maravilla del
siglo XIV que destaca por su majestuosidad y su impresionante decoración.
Dentro del núcleo histórico de Marrakech –a falta de contemplar el Palacio
Real, que no puede visitarse- no se debe pasar por alto tampoco la visita al
gigantesco y sencillo Palacio El-Badi y a las vistas desde sus murallas, al más
pequeño y refinado Palacio de la Bahía, al museo de artes marroquíes y a las
tumbas saudíes.
Aunque la esencia de la urbe, y podría decirse que de todo Marruecos, está encerrada en la medina y que el resto de Marrakech no resulta tan sorprendente (los barrios son más modernos e impersonales y el urbanismo se asemeja mucho más al europeo), el resto de la localidad tiene numerosos atractivos. Os citaré algunos de ellos: el hotel La Maoumonia, el más lujoso y prestigioso (y ya es mucho decir) de la ciudad, una auténtico palacio del que no podrás ver demasiado a menos que estés holgado de dinero y te puedas alojar allí; los sencillos jardines de Menara y su famoso estanque, otra de las ‘fotos’ de Marrakech; los pequeños, cuidados y originales jardines Majorelle; el gigantesco palmeral –en el que se organizan los turísticos paseos en camello-; el barrio judío… Hay multitud de cosas para ver más, pero no os quiero aburrir y con las ya citadas uno se puede hacer una muy buena idea de cómo respira una de las ciudades más peculiares y sorprendentes del mundo, una maravilla pintada en rojo que se encuentra a un par de pasos.
Un consejo más: no vayáis en verano a no ser que soportéis sin problemas los 50 grados a la sombra. Tenéis otras tres estaciones más para elegir…
Impresionada!!! me ha encantado Diego!!! Esto es como leer un libro, te vas imaginando cada una de las partes de la ciudad y de las escenas que describes y parece que estás allí mismo, paseando por las calles. Muy descriptivo y, sobre todo, muy útil y realista. ¿Cuál va a ser el próximo destino?
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias, Mónica! He intentado que la visión sobre el viaje fuera más personal y menos fria de lo habitual en una guía y también más sincera, hablando de todas las cosas buenas y malas que me ha transmitido un sitio y sintetizando la información cultural para que no se haga muy pesado. Me alegro mucho de que te lo hayas leído y de que te haya gustado. ¡A ver si te gustan también los próximos!
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